miércoles, 21 de septiembre de 2016

Hablamos de empatía

Hoy 21 de septiembre es el Día Mundial del Alzhéimer, según declara la Organización Mundial de la Salud.

Como ocurre con muchas otras enfermedades, la Ciencia necesita avances con el fin de conseguir erradicarla, o al menos minimizar su impacto tanto para el enfermo como para sus familiares y cuidadores. Es por ello, que cada año se realizan campañas de concienciación y sensibilización a los ciudadanos para que con la ayuda de todos se consigan estos avances.

El objeto de mi artículo de hoy hace referencia a esta enfermedad, porque coincide con su día, pero en realidad pretende centrarse en la importancia trascendental que tenemos los humanos de llegar a ser empáticos para poder actuar como se espera de nosotros. La empatía es vital para poder llegar a ponernos en el lugar de otros, sentir algo parecido a lo que el otro puede sentir cuando se encuentra en esa situación y, entonces, saber cómo actuar conforme a cómo nos gustaría que actuaran con nosotros.

Algunas personas tienen esta capacidad desarrollada desde niños, prácticamente de manera innata. En otros casos va a depender de la educación que reciban, de las experiencias vividas y del aprendizaje. Aunque no es fácil, la buena noticia es que la empatía se puede aprender y desarrollar, por lo que el papel de los padres, de los tutores y profesores y de la sociedad en general es fundamental para conseguir que nuestras generaciones futuras sean empáticas y puedan comprenderse, ayudarse, asesorarse y avanzar juntos en algo tan importante como es la calidad de vida de cualquier persona, independientemente de los problemas y enfermedades que la vida les asigne.

Al contrario de lo que opinan muchas personas, ser empático no es una cualidad negativa ni que demuestre debilidad. Estoy harto de leer en las redes sociales, blogs e incluso en algunos libros de psicología cosas como que “ser empático te abre las puertas de la depresión porque te llevas los problemas de otros a casa” o que “ser empático conduce al agotamiento y a la pérdida del cuidado personal por estar más pendiente del cuidado de los otros”. Pues como psicólogo defiendo que esto no es así. Ser empático es positivo y ojalá todo el mundo tuviera una mínima dosis de esta virtud, porque os aseguro que esta sociedad cada vez más loca y egoísta en la que vivimos no lo sería tanto. Como ocurre con cualquier habilidad, actitud, capacidad, valor o virtud… llevada a los extremos no es bueno. Nada llevado al extremo es bueno en esta vida, siempre hay que saber dónde está el equilibrio que cada uno precisa para estar sano tanto física como psicológicamente. Sólo hay que pensar en cualquier aspecto para darse cuenta que esto es así: comer mucho es malo, pero no comer también; el deporte en exceso es perjudicial, pero ser totalmente sedentario también lo es; una persona muy confiada puede ser víctima de mentiras y estafas, pero una persona totalmente desconfiada no va a ser feliz y va a vivir sumida en la duda y en la irritabilidad con cualquiera que conviva en su día a día… Como veis es muy fácil afirmar que la empatía, como cualquier otra cosa, es negativa. Sólo hay que saber buscarle los extremos.

Os dejo este video que me parece una excelente campaña, ya que logra poner en juego la concienciación y la sensibilización de las personas ante la enfermedad de Alzhéimer. Sin duda, una buena lección de empatía.


miércoles, 14 de septiembre de 2016

Cómo gestionar la resistencia al cambio de nuestros equipos

En cualquier faceta de la vida el progreso está necesariamente acompañado del cambio. La propia naturaleza así lo hace: una semilla sufre un cambio del cual resulta un brote; el brote sufre otro cambio del que surge una planta; la planta sufre otro cambio hasta que da un fruto, el cual a su vez va cambiando. Igual los animales, incluso lo inerte también cambia ¿o acaso la Tierra es igual ahora que hace un millón de años y será igual que de aquí a otro millón? Sin duda, para evolucionar, el cambio debe estar presente. O al menos, podemos afirmar que sin cambio es imposible que haya evolución.

Hablando de las organizaciones ocurre exactamente lo mismo. Para que una empresa nazca, llegue a ser competitiva en el mercado y consiga mantenerse por tiempo hasta llegar a morir dignamente, o reformularse y reconvertirse en otra unidad de negocio adaptada al momento actual, deben producirse cambios (tecnológicos, culturales, de estructura, etc). Pero los cambios organizacionales son procesos complejos que requieren una voluntad decidida y compartida por parte de sus máximos responsables, además de una comunicación transparente y continua a todo el equipo humano de la empresa.

El cambio implica desaprender para aprender, para hacer las cosas de otra manera y sobrepasar aquello que tanto se dice y se repite equivocadamente en todos lados “si funciona, ¿para qué lo vamos a cambiar?

En general las personas nos resistimos al cambio cuando:

  • No conocemos en qué consiste
  • No entendemos el porqué es necesario cambiar
  • Desconfiamos en la finalidad del cambio (qué estará ocultando la empresa y cuál será realmente su objetivo final)
  • Pensamos que tendremos dificultades a título individual para adaptarnos al cambio que se quiere hacer

Para solventar estos motivos de resistencia al cambio, la empresa debe dar información antes, durante y después de cualquier cambio que quiera imponer. Los jefes deben actuar como líderes que refuerzan a sus plantillas, que les resuelven cualquier duda, que les dan confianza y les refuerzan y reconocen sus esfuerzos por la adaptación. La formación e información se hace por lo tanto imprescindible.

Además, siempre que sea posible se debe involucrar a los empleados en el propio proceso de formulación de cambio. Las reuniones de trabajo que incluyan a responsables y empleados permiten consensuar metas y objetivos a llevar a cabo en el proceso de cambio. A veces, para establecer estos objetivos (que deben ser medibles, claros, alcanzables, retadores y realistas), la participación en esa hoja de ruta va a permitir a cada uno considerar el objetivo como propio y, de este modo, llevarlo a la ejecución con mayor precisión y motivación. 

Para finalizar, sólo recordar que nunca debemos olvidar que los cambios organizacionales a menudo fracasan debido a que no se lleva a cabo correctamente una estrategia de comunicación.

martes, 6 de septiembre de 2016

Mis razones para seguir viajando. ¡Evádete!

Agosto ha sido tradicionalmente el mes estrella para que las familias españolas hicieran maletas y fueran a visitar a sus familias al pueblo, a buscar el sol y las playas o aventurarse en viajes kilométricos por mar, tierra y aire.

Hoy en día, viajar se ha extendido mucho más allá del mes de agosto. Aunque sigue siendo habitual que los meses de verano sean los que más movimiento de turistas acumulan, por razones evidentes de vacaciones en colegios y empresas, lo cierto es que en cualquier temporada las personas a las que nos gusta viajar encontramos algún plan.

Es un mito que para viajar se necesite dinero al igual que tiempo. Cierto es que para un viaje de larga distancia o un viaje lleno de lujos estos dos componentes son necesarios, pero cuando hablamos de viajar también existen fórmulas económicas y muy cerca de nuestros lugares de residencia, sin necesidad de atravesar medio planeta.

Viajar es una actividad que disfrutamos mucho más quienes nos gusta la experiencia de descubrir nuevos paisajes, nuevas culturas y nuevas formas de vida, pero lo cierto es que cualquier actividad de ocio adaptada a las necesidades de cada uno debería ser de obligado cumplimiento pues ayuda indiscutiblemente a que seamos personas más sanas.

Los viajes nos transforman y moldean nuestra personalidad, porque son experiencias que permiten conocernos mejor y permiten valorar de otro modo aquello que tenemos a nuestro alcance diariamente.

Algunas de las reflexiones que puedo compartir con vosotros a cerca de los beneficios de viajar son:
  • Viajar te hace ser más sabio, pues conoces parte de la historia del lugar que visitas y de quienes allí viven, además de la cultura, idiomas, forma de ver las cosas, etc.
  • Los viajes suelen pasar volando, se hacen fugaces como todo aquello de lo que uno disfruta, pero permanecen en nuestros recuerdos de manera permanente. A diferencia de cualquier artículo que compramos con mucha ilusión, ésta dura unos instantes, pero viajar nos evocará una emoción positiva cada vez que recordemos anécdotas vividas durante la aventura.
  • La rutina diaria en la escuela, en el trabajo, en casa… nos agota física y mentalmente. Un viaje te va a dar la oportunidad de alejarte de esos ambientes donde las tareas se suceden y repiten cada día durante gran parte del año. Así vas a poder oxigenar tu mente, permitiendo generar pensamientos positivos, apartarte de tus problemas y cargarte de energía para afrontar con más fuerza la vuelta.
  • Te relaja, te quita tensiones musculares y estrés. Sólo prueba a contar cuántas veces sonríes a lo largo de un día en el que estás viajando y compáralo con cuántas veces lo haces en cualquier otro día del año.
  • Te permite valorar a quienes tienes cerca. Aumentas las interacciones con amigos, familia… principalmente, a través del uso de redes sociales. Te das cuenta que son personas importantes con las que te gustaría compartir ese momento, esas vistas, esa comida exótica o esa experiencia inolvidable. No quiere decir que no pienses lo contrario cuando estás en casa, pero el tiempo dedicado a la rutina te consume, te pide una concentración muy elevada y te exige unos resultados que sin querer te hacen descuidar a los demás; incluso a ti mismo.
  • También permite valorar más las cosas que tienes. En tus viajes puedes toparte con personas que apenas tienen comodidades como las que tienes en casa, pueblo o ciudad, pero de todos modos son personas felices, capaces de sonreír y que cuidan y valoran su entorno. Es en ese instante cuando piensas que a veces te quejas por vicio y que en realidad eres muy afortunado con todo lo que tienes.