miércoles, 1 de febrero de 2017

FEBRERO: El azafrán y la humildad, dos conceptos de mucho valor

En Enero hemos utilizado el Pimentón como especia que, sin ser el ingrediente principal, da color a los platos, del mismo modo que el Positivismo da color a nuestras vidas.

El recurso metafórico del Pimentón como Positivismo lo traslado al mes de Febrero con otra especia muy importante para colorear algunos platos, pero también muy importante por ser la especia más cara del mundo. Su precio en España es superior a los 3.000€ el kilo.
 




El Azafrán es una especia que se obtiene de los estigmas secos de la flor del Crocus. Su precio es tan elevado por la dificultad de su cultivo y recolección, sólo basta pensar que para obtener medio kilo de azafrán se necesitan 40 kilos de estas flores. El oro rojo, como también se le conoce,  se cultiva en Irán, Italia, Francia, Marruecos y la Península Ibérica. Su aroma es fuerte y exótico, y es el ingrediente que da color a la paella, pudiendo combinar también a la perfección con arroces, pescados y pollo.



 
Con toda esta información, podemos hacernos una idea del valor que tiene esta especia mucho más allá de su uso como condimento en la cocina. Llega pues el momento de seguir explicando el porqué elijo el azafrán como especia para este mes de febrero.

Durante los próximos meses hablaremos de trabajo en equipo, de marca personal, de comunicación interpersonal, etc… pero nada de esto sería posible o, mejor dicho, nada de esto sería sincero, sin el valor más importante de todos los valores humanos: la humildad.


El azafrán, especia con un precio de oro, que combina bien con prácticamente cualquier plato,  cuyo cultivo requiere delicadeza, y cuya existencia probada de su uso culinario y medicinal data más allá del año 2300 a.C., es la especia perfecta para explicar la humildad. Un valor humano de mucho valor, valga la redundancia, que combina a la perfección con cualquier interacción social en la que pensemos, que requiere cultivo y poso para que llegue a ser parte de nuestra personalidad y cuya importancia podemos trasladarla también a años remotos, pues siendo humilde, cualquiera fue, es y será capaz de alcanzar sus logros y desarrollar su crecimiento personal.

Ser humilde es, primero de todo, ser consciente de nuestros propios méritos, pero también de nuestras limitaciones. La arrogancia que muestran muchas personas, principalmente las que ostentan cargos o bienes económicos muy por encima de los nuestros, es lo que en este artículo podríamos denominar el falso azafrán, el colorante amarillento que no sirve ni para tintar el agua.

Debemos ser conscientes que nunca acaba el camino del aprendizaje, por mucha experiencia que llevemos a nuestras espaldas o por mucha responsabilidad que se nos haya dado en una empresa, en una nación o en cualquier comunidad. Todas las personas estamos dotadas de talento, de experiencias vividas, de sabiduría que podremos compartir con otros, creando redes de conocimiento mucho más potentes que el conocimiento que pueda tener una sola persona por muy experta que sea.

Hay ciertas personas (seguro que conoces varias) que cuando la vida le sonríe de manera continuada y que todo se lo han dado prácticamente hecho, olvidan el esfuerzo que conlleva el cultivo de los valores, su mantenimiento y la delicadeza de su recolección. Se convierten en seres impacientes, arrogantes y soberbios, que sólo se dan cuenta de su falta cuando la vida les juega en contra y son conocedores de que nadie está ahí para atenderles.

Sólo las personas humildes consiguen calar en los demás, independientemente de la posición jerárquica, social o económica que estos tengan. Imaginemos en un contexto empresarial la figura de aquel jefe que “cae bien” a todos o casi todos los empleados de la organización. Seguramente, se trate de una persona respetuosa, con cierto carisma, inteligente, cuidadosa, detallista, pero seguro que también es una persona humilde, porque sin este valor, ninguno de los otros tendría efecto positivo. Cuando el jefe no es alguien querido, aunque aparentemente y de cara a la galería parezca todo lo contrario, se da la situación que existen factores como el miedo o el interés que coaccionan a sus “falsos seguidores” a que lo sean. En este caso, cualquier desavenencia en la vida del jefe, será la oportunidad perfecta para que se muestre la verdadera cara de la moneda, porque será evidente que quienes supuestamente le apoyaron se habrán esfumado como humo en el viento.

Estamos hartos de ver cómo una repentina fortuna, la fama o el poder hace de personas aparentemente normales, personas arrogantes y sin atisbo de humildad. Seguramente, sus padres les educaron en valores (por supuesto, también en humildad), les enseñaron que cualquier persona les podría enseñar cosas, que cualquiera merecería ser escuchado y ayudado, etc. pero una situación afortunada como las arriba comentadas les cegó por completo en el valor más importante del ser humano.

Para finalizar, quisiera compartir con vosotros este cuento con moraleja del poeta venezolano Aquiles Nazoa que habla sobre la soberbia y arrogancia como caminos que van en contra de cualquiera que elija esta opción frente a la opción más sensata que es la de la humildad.

La Ratoncita Presumida

Hace ya bastantes años,
doscientos años tal vez,
por escapar de los gatos
y de las trampas también,
unos buenos ratoncitos
se colaron en un tren
y a los campos se marcharon
para nunca más volver.

Andando, andando y andando
llegaron por fin al pie
de una montaña llamada
la montaña “Yo-no-sé”,
y entonces dijo el más grande:
lo que debemos hacer
es abrir aquí una cueva
y quedarnos de una vez
porque como aquí no hay gatos
aquí viviremos bien.

Trabaja que te trabaja
tras roer y roer
agujereando las cuevas
se pasaron más de un mes
hasta que una hermosa cueva
lograron por fin hacer
con kioskos, jardín y gradas
como si fuera un chalet.

Había entre los ratones,
que allí nacieron después,
una ratica más linda
que la rosa y el clavel.
Su nombre no era ratona,
como tal vez supondréis,
pues la llamaban Hortensia
que es un nombre de mujer.

Y era tan linda tan linda
que parecía más bien
una violeta pintada
por un niño japonés:
que parecía hecha de plata
por el color de su piel
y su colita una hebra
de lana para tejer.


Pero era muy orgullosa
y así ocurrió que una vez
se le acercó un ratoncito
que allí vivía también
y que alzándose en dos patas,
temblando como un papel,
le pidió a la ratoncita
que se casara con él.

¡Qué ratón tan parejero!
-dijo ella con altivez-.
Vaya a casarse con una
que esté a su mismo nivel,
pues yo para novio aspiro,
aquí donde usted me ve,
a un personaje que sea
más importante que usted.

Y saliendo a la pradera
le habló al Sol gritando: ¡Jeeey!
Usted que es tan importante,
porque del mundo es el rey,
venga a casarse conmigo
pues yo soy digna de ser
la esposa de un personaje
de la importancia de usted.

Más importante es la nube
-dijo el Sol con sencillez-
pues me tapa en el verano
y en el invierno también.
Y contestó la ratica:
Pues que le vamos a hacer…
Si es mejor que usted la nube
con ella me casaré.

Mas la nube al escucharla,
habló y le dijo a la vez:
Más importante es el viento
que al soplar me hace correr.
Entonces -dijo la rata-
entonces ya sé que hacer,
si el viento es más importante
voy a casarme con él.

Mas la voz ronca del viento
se escuchó poco después
diciéndole a la ratona:
Ay Hortensia, ¿sabe usted?,
mejor que yo es la montaña
aquella que allí se ve,
porque detiene mi paso
lo mismo que una pared.

Si mejor es la montaña 
con ella me casaré
-contestó la ratoncita-,
y a la montaña se fue.
Mas la montaña le dijo:
¿Yo importante? ¡Je, je,je!
Mejores son los ratones
los que viven a mis pies,
aquellos que entre mis rocas
tras de roer y roer,
construyeron la cuevita,
de donde ha salido usted.

Entonces la ratoncita
volvió a su casa otra vez
y avergonzada y llorando
buscó al ratoncito aquel
a quien un día despreciara
por ser tan chiquito él.

¡Oh, perdóname Alfredito!
-gimió cayendo a sus pies-,
por pequeño y por humilde
un día te desprecié,
pero ahora he comprendido,
y lo he comprendido bien,
que en el mundo los pequeños
son importantes también.

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